Banda sonora ¡click aquí!
Vuelas sobre una explanada hacia... la tormenta no te deja verlo bien, parece un castillo inmenso, cada vez más grande. Entre la lluvia y el viento, se acerca la luz de la ventana que estás a punto de atravesar... No eres participe de la escena...
... sólo la contemplas...
Entraron en la habitación sin mediar más que los besos y el desenfreno de la pasión que embriagaba sus cuerpos. Extasiados, corrieron sin dejar de abrazarse ni de dejar de besarse, hacia la cama. Prácticamente se zambulleron entre las sábanas y las almohadas... no les costó apartar el enorme dosel que colgaba del marco ancho y oscuro de la madera de ébano de la que estaba formado el lecho sobre el que ahora sus cuerpos retozaban sudorosos bajos las ropas, desprendiendo el calor y el fuego que desde hacía tiempo anhelaban.
Ella consiguió liberarse de sus brazos fuertes y se postró sobre él a horcajadas. Le empezó a desabrochar la pesada casaca que llevaba. Él jugaba con la camisa de ella para zafarla de las faldas y enaguas... el cordón estaba desamarrado y se veía con claridad como sus pechos, desesperados por salir, se movían sin cesar bajo la presión de su corsé.
Al fin consiguió deshacerse de la chaqueta, de la camisa, de su vestido, de sus leotardos, de sus botas y sus zapatos... casi desnudos, ella con las enaguas y la apretada faja y él, tan sólo con la camisa, detuvieron su alocada carrera y se miraron un instante con detenimiento...
... su pelo rubio, largo y suelto a mechones de su recogido, caía por su rostro de tez pálida y labios sonrosados. Con la boca abierta y casi gimiendo por la falta de aire, se entreveía su lengua, cálida y húmeda que hasta hace unos instantes tenia dentro de su boca. Su pecho se hinchaba con notoriedad por el peso de la pasión que corre por sus venas... aún sobre él, lo libera de su prisión y deja que él ahora tome su cuerpo semidesnudo.
... sus brazos fuertes recorrieron su espalda descubierta y un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Su mirada oscura y penetrante la sobrecogía. Su cara, quemada del Sol abrasador de las llanuras por las que habría blandido su espada ensangrentada, la dejaba helada y con el único deseo de ser poseída por su pecho fuerte y varonil, por sus anchas espaldas y musculosos brazos, deseaba que la tierra que invadiría en su última batalla del día fuera la de su cuerpo. Que tomará posesión de la meseta de su vientre, de los montes de su pecho, de los barrancos de su espalda, de sus ríos y sus lagos...
Antes de que ella se tumbara, él consiguió quitarle el corsé y sus pechos quedaron libres para el destino que les aguardaba con sus manos. Él se tumbó sobre ella y sintió como la pequeña tierra que estaba a punto de invadir, se estremeció bajo sus caderas, ella intentó zafarse y él la sujeto de los brazos colocándolos sobre su pelo que ya se había vuelto rebelde, escapando de su prisión de peineta. Intentó liberarse de sus poderosos brazos inútilmente y dejó escapar un pequeño grito que se mezclaba entre dolor y éxtasis. Gimió de placer al sentir al hombre que estaba a punto de entrar en su fortaleza desprotegida y él notaba el río que se formaba a las puertas del sueño que los dos estaban experimentando.
La tormenta se agito con más violencia sobre la ventana y los relámpagos no cesaban. Los árboles se estremecían y doblaban de dolor a causa del viento que los balanceaba...
... sin embargo ellos se balanceaban al unísono con las crestas de las encinas... pero de placer. Estaban los dos sentados, ella sobre él, los besos se sucedían a mordiscos casi, con tanta desesperación que la agonía por deshacerse de los cuerpos era dolorosa. Querían estar alma con alma.
El suspiraba sonoramente, ella gemía sin contemplaciones y no dejaba de mover sus caderas sobre el cuerpo del hombre que la estaba abrazando de una forma asfixiante... su pelo brincaba con cada salto, sus ojos, fuera de las órbitas, miraban al cielo clamando el éxtasis definitivo, sus pequeños brazos intentaban aferrarse a la espalda sudorosa del hombre que la tenia por la cintura y que la llevaba al compás del viento sobre los árboles.
Ella gritaba y gemía aún mas fuerte, él tampoco podía contener su entusiasmo dejando escapar pequeños gemidos hasta que de pronto ella lo apartó sin miramientos y con una fuerza que durante unos instantes le sobrecogieron. El empujón lo dejó tumbado boca arriba y ella a provecho para volver a montarlo a horcajadas, esta vez para dejarle sin aliento... sin aire... sin suspiros... sin un rincón de su cuerpo, acalorado y caliente, que no sintiera placer. Tan ensimismado estaba que no sabía que hacer con sus brazos... ella le guió rápidamente hacia sus pechos, hinchados y dolorosos por toda la pasión desbocada.
Ella se batía en duelo con sus garras sobre el vientre del hombre que gritaba de dolor y placer al mismo tiempo. A ella ya no se le veían las pupilas, solo unas cuencas blancas enardecidas en contraste por su tez blanca y su pelo claro que ahora caía sobre sus pechos dejando asomar únicamente los pezones, tan erectos que podían atravesar el corazón.
Decidió que era la hora de tomar las riendas de esa yegua desbocada y domarla como nunca nadie lo había conseguido. Sin retroceder ante la indecisión, la tomo fuertemente de los hombros y la recostó en el catre empapado de sudor, lágrimas y sangre y la tomó a su antojo. Ella despertó del clímax, sorprendida por aquellos brazos descomunales que ahora la ahogaban entre las almohadas. Le dejó entrar con todo el poder que le otorgaba su fuerza y con tanto acierto que no dejó de gritar de placer en ningún momento. Sólo las paredes de piedra y los truenos apagaban los gritos que se confundían entre llantos de dolor y placer por tan pasional encuentro. El también gritó y se estremeció entre las finas piernas blancas de la mujer que ardía ya de cansancio y delirio...
Rodaron hasta el suelo con las sábanas empapadas, cayendo él bajo el yugo de su dominio esta vez. El fuego de la chimenea acentuó si cabe, la lujuria, el desenfreno, la ira en que se había convertido aquel encuentro tan deseado por ambos.
Ya no tenían nada de ropa, se habían desprendido de ella en la batalla de la cama. Ahora sus cuerpos desnudos sobre las sábanas en el suelo se contorsionaban con más violencia. Él, rígido, con la respiración agitada, marcaba pectorales y vientre... Ella con los pechos contoneándose, erizados, apoyada sobre las rodillas del hombre, presionaba su nalgas firmes contra las caderas del ser que yacía bajo su placer...
Desde el otro lado de la ventana sólo se oyen los truenos, la lluvia, el viento entre las ramas del bosque próximo. El agua que cae por la ventana no deja ver con claridad más que dos sombras frente al fuego de la chimenea moviendo al mismo ritmo, uno frente al otro... con espasmódicos sobresaltos... caen al suelo... agotados, abrazados, sudorosos, jadeantes, extasiados...
... rendidos de delirio y de placer...
No hay comentarios:
Publicar un comentario